
Mi forma de trabajar en psicoterapia se enmarca dentro de la Terapia Sistémica Breve como práctica integradora. Esto significa que, en lugar de seguir un único modelo o conjunto fijo de técnicas, utilizo herramientas de distintas escuelas terapéuticas breves, eligiendo con flexibilidad y criterio clínico aquello que mejor se adapta a cada consultante y a cada situación particular.
Entre los enfoques que inspiran mi trabajo están la Terapia Estratégica del MRI, la Terapia Centrada en Soluciones y la Terapia Narrativa, todas ellas basadas en una visión constructivista del ser humano, en el respeto por las personas que consultan y en una concepción activa del cambio. Estas miradas tienen en común su énfasis en los recursos de las personas, el rol transformador del lenguaje y la búsqueda de intervenciones breves, eficaces y respetuosas.
Desde esta perspectiva, los problemas no se entienden como fallas individuales, sino como formas de relación que, en algunos momentos, dejan de ser útiles y empiezan a generar sufrimiento. En lugar de enfocarnos en explicar por qué surgió el problema, nos centramos en cómo se mantiene en el presente, cómo se ha intentado resolver —sin éxito— y qué podría hacerse distinto para abrir nuevas posibilidades.
En la práctica, esto se traduce en conversaciones orientadas al cambio. Por ejemplo, si una persona siente que no puede dejar de preocuparse por todo, exploramos juntos cómo funciona esa preocupación, cuándo se hace más intensa y qué ha hecho (aunque sea por momentos breves) para manejarla mejor. A veces trabajamos buscando excepciones —momentos en los que el problema no aparece—, y otras veces proponemos pequeñas acciones que inviten a romper patrones de estancamiento.
Este enfoque integrador me permite acompañar a personas, parejas y familias en situaciones muy diversas, adaptando mi forma de intervenir a cada contexto. A veces eso implica colaborar con claridad desde el lenguaje de soluciones; otras veces requiere explorar cómo ciertas historias personales han limitado las opciones de acción. Y en ocasiones, se vuelve fundamental interrumpir intentos de solución que, aunque bien intencionados, están agravando la situación.
La terapia se vuelve entonces un espacio de construcción conjunta, donde el terapeuta no impone interpretaciones ni se erige como experto en la vida ajena. Más bien, actúa como un guía respetuoso, que aporta mirada, estructura, y preguntas que abren posibilidades. Si algo no funciona, es la estrategia la que se ajusta, no la persona.
Trabajo siempre con la convicción de que el cambio es posible, aun cuando el problema haya persistido por mucho tiempo. Y lo hago desde un profundo respeto por la dignidad y la capacidad de las personas, integrando herramientas clínicas diversas al servicio de intervenciones cuidadosas, sensibles y concretas, que promuevan alivio, claridad y movimiento.