El mal de los hombres

Hombre reflexivo en su casa

Durante siglos, a los hombres se nos ha enseñado que mostrar emociones es signo de debilidad. Se nos ha dicho que llorar es de cobardes, que el enojo es más aceptable que la tristeza, y que la fortaleza reside en el silencio. Esta herencia cultural nos ha dejado emocionalmente aislados, incomprendidos, e incluso físicamente enfermos.

Una herencia que pesa

Muchos hombres crecieron escuchando frases como “los hombres no lloran” o “aguántese como hombre”. Estas creencias no solo limitan nuestra expresión emocional, sino que también distorsionan la forma en que nos relacionamos con los demás. El resultado: hombres que viven en constante tensión, sintiendo que deben controlar todo sin pedir ayuda.

Rabia como refugio

En ausencia de un espacio legítimo para la tristeza, la ansiedad o la culpa, muchos hombres solo se permiten expresar una emoción: la rabia. Esto se traduce en relaciones rotas, frustración acumulada y un sufrimiento interno que se perpetúa. Reconocer esto no es motivo de vergüenza, sino el primer paso para sanar.

Desaprender para reconectar

El trabajo terapéutico con hombres implica desaprender lo aprendido. Implica abrir un espacio seguro para identificar emociones, nombrarlas, validarlas y encontrar nuevas formas de expresión. Este proceso permite no solo sanar heridas personales, sino transformar la forma en que nos vinculamos con quienes amamos.

Una invitación al cambio

Si algo de esto te resuena, si sientes que cargas con expectativas que ya no te hacen sentido, este puede ser un buen momento para hablar. La terapia no es una debilidad, es una forma de valentía. Porque enfrentar lo que duele, con honestidad, es el acto más humano que existe.

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